Son las tres de la mañana.
Me despierto en la casa en la que vivimos, en la cama en la que dormimos.
Todo sigue igual, salvo que tú no estás.
Te seguiré hasta el final
Te buscaré en todas partes
Bajo la luz y la sombra
En los dibujos del aire
El sueño se disuelve como agua entre mis manos y me deja con esta certeza absurda: no estás.
Te seguiré hasta el final
Te pediré de rodillas
Que te desnudes amor
Te mostraré mis heridas
Me quedo quieta, respirando tu ausencia.
La habitación guarda tus gestos, tus ecos, pero no hay nadie que los habite.
El tiempo se derrite en minutos lentos.
Cada parpadeo me recuerda que esto es lo único que queda: tu ausencia ocupando todo.
Y con las luces del alba
Antes que tú te despiertes
Se hará ceniza el deseo
Me marcharé para siempre
Vuelvo a acostarme, casi esperando nada, solo dejándome arrastrar por la sensación de que todo esto—la cama, la casa, el aire mismo—todavía sabe a ti.
Te seguiré hasta el final
Entre los musgos del bosque
Te pediré tantas veces
Que hagamos nuestra la noche
No hay dolor ni súplica, solo un instante extendido, como si la memoria de tu cuerpo pudiera llenarlo todo por un momento.
Y con las luces del alba
Antes que tú te despiertes
Se hará ceniza el deseo
Me marcharé para siempre
Me duermo otra vez, con la sensación de que la casa sigue conteniéndonos, aunque tú no estés.
Y cuando todo se acabe
Y se hagan polvo las hadas
No habré sabido porqué
Me he vuelto loco por nada
Y esos minutos, apenas unos minutos, se sienten infinitos.
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