sábado, agosto 30, 2025

Once meses

Son las tres de la mañana.

Me despierto en la casa en la que vivimos, en la cama en la que dormimos.

Todo sigue igual, salvo que tú no estás.

Tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja con un aullido interminable, interminable...

El sueño se disolvió como agua entre mis manos y me dejó con esta certeza absurda: no estás.

Te sentirás acorralada, te sentirás perdida o sola, tal vez querrás no haber nacido, no haber nacido...

Me quedo quieta, respirando tu ausencia.

La habitación guarda tus gestos, tus ecos, pero no hay nadie que los habite.

Pero tú siempre acuérdate de lo que un día yo escribí, pensando en ti, pensando en ti, como ahora pienso...

El tiempo se derrite en minutos lentos.

Cada parpadeo me recuerda que esto es lo único que queda: tu ausencia ocupando todo.

La vida es bella ya verás, como a pesar de los pesares, tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos...

Vuelvo a acostarme, casi esperando nada, solo dejándome arrastrar por la sensación de que todo esto—la cama, la casa, el aire mismo—todavía sabe a ti.

Nunca te entregues ni te apartes, junto al camino nunca digas: no puedo más y aquí me quedo y aquí me quedo...

No hay dolor ni súplica, solo un instante extendido, como si la memoria de tu cuerpo pudiera llenarlo todo por un momento.

No sé decirte nada más, pero tú debes comprender que yo aún estoy en el camino, en el camino...

Me duermo otra vez, con la sensación de que la casa sigue conteniéndonos, aunque tú no estés.

Y esos minutos, apenas unos minutos, se sienten infinitos.

 

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