sábado, agosto 09, 2025

La hora del té

Todas las noches, antes de dormir, caliento el agua, echo el té, revuelvo el azúcar.

Me gusta el te caliente y dulce, igual que a mi abuela.

No hay nada extraordinario en ese gesto, salvo que mis manos lo repiten como si la rutina fuera la solución para algo.

No exorciza nada.

Porque ahí, en ese mismo cuadrado de suelo, murió Clarita.

Un territorio chiquito, de cerámica gastada, podría ser cualquier territorio chiquito… pero no es.

Yo lo sé.

El vapor de mi taza empaña mis lentes, se me viene el otro recuerdo: su cuerpo inmóvil, su respiración, el silencio que se instaló y que me espera ahí.

Nadie más se da cuenta.

Yo piso ese lugar con cuidado, como si pudiera quebrarlo, o como si al quebrarlo pasara otra vez la misma escena.

La taza humea, el té está listo.

Y debajo de mis zapatos, el suelo tiembla.

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