miércoles, abril 24, 2024

Mamá

Dejar de hablarle no es gratis, de ninguna manera algo podría ser gratis si la que cobra es ella.

Sé va a  morir un día cercano porque ya este año cumple 69, ella quiere morirse sin que yo pueda despedirme, porque ese es mi castigo.

Pero yo me despido de ella cada día, por si acaso, porque yo sé que más allá de lo que ella quiera, mi alma puede hablar con la suya y decirle: "chau mamá, gracias por todo, te debo mi resistencia y mi fuerza, también mi vida, gracias mamá '

Hace poco entendí que no es su culpa, la maldad que guía sus días, no es culpa de ella, es una enfermedad mental, de las mas crueles con los que crecen cerca.

Narcisista. 

Existe ella. 

Existimos por ella. 

Vivimos gracias a ella. 

La necesitamos, ella no nos necesita.

Es una enfermedad, pero eso no nos obliga a resistir sus golpes, uno encima de otro, uno encina de otro, porque uno no le basta, ni dos ni diez, deben ser muchos, no para herirnos, no para dañarnos, sus golpes son mortales, son golpes para destruirnos, sobre todo cuando ya no queremos seguir en ese juego de existir para ella. 

Se va a morir un día y lo más probable es que no me deje estar cerca de ella. Así como para cerrar su vida con broche de oro, va a querer que yo sufra el resto de mis días por no poder estar cerca cuando ella se muera. 

Pero no, no voy a sufrir, porque no tengo nada guardado, aquí dejo todo. 

Gracias mamá, te debo la vergüenza, el no poder bailar delante de mis amigos, el pánico cuando quieren que hable, te debo la vergüenza del placer, la vergüenza de besar, la vergüenza que no me permite entregar mi cuerpo al sexo.

Gracias mamá, gracias por haberme metido hasta los huesos la vergüenza de ser quien soy, la vergüenza de escuchar como escucho, de sentir los olores que siento, de sentir las pieles en mi piel, así, con miedo, con impresión, con asco.

Gracias por este camino lleno de huecos, gracias a ti soy tan fuerte, gracias a ti, soy la más resistente, la más obstinada, la más necia. 

Chau mamá, gracias por todo. 



Dicen

Uno, el que me dio el tratamiento , dice que he hecho mal las conexiones. Que por eso sonrío cuando quiero cerrar mi ojo.

Otra, la más terrorista, dice que son secuelas, que me voy a quedar así, también dice que el Evo y el Lucho son corruptos (como si algún político no fuera) 

La otra, la neurologa, dice que sabremos de secuelas en 9 meses, que hasta entonces, no piense más en esto. 

La otra, en la que confío, dice que puedo decirle a mis músculos como funcionar y que ellos, eventualmente me van a obedecer. Pero ella, en la que confío, también me dice que si me concentro, podría escuchar solo mi respiración y nada más, pero la verdad, no le creo, intento eso si, pero como no funciona, no le creo.

La otra, la que amo, dice que no se nota, pero claro que se nota, sólo que ella me ama, si, me ama como yo la amo a ella.

Al final, todos dicen algo, todos dicen todo, pero más allá de sus quereres y de sus palabras, la mitad de mi cara sonríe cuando yo solo quiero cerrar mi ojo. 

The sound of silence

Es cómo ese aparato negro que metes al inodoro para destrancarlo, es ese sonido exactamente el que escucho en mi oído izquierdo. Como algo que se tapa, se destapa, se tapa otra vez, pero por encima de eso, después se destapa pero en un espacio tapado, más difícil de explicar que la misma sensación.

Eso si, me pasa lo mismo que con la angustia cuando se atreve a atravesarme sin preaviso, debo quedarme inmóvil, no tengo que moverme, mi cuerpo de pronto es todo de cristal, del más frágil, si me muevo se rompe todo. Si respiro muy profundo, podría estallar todo. 

Debo permanececer quieta, necesito enfocarme en no escuchar nada más que el vacío en mi oido, no quiero escuchar las otras cosas, necesito que dejen de hablarme un rato, unos minutos. Si, es verdad que no siento enojo, pero si me hablan tengo una reacción de enojo. La final es lo mismo, mi papá siempre me decía: 'no basta con ser, hay que parecer" y bueno, si parezco enojada aunque no esté, entonces estoy. 

Intento sonreír, mi risa es una burla, es una oda a la imperfección, odio sonreír por fuera, pero sonreír es una de las cosas que más amo hacer, todo es contradictorio, es una cosa pero en realidad es otra.

La opuesta. 

Intento sonreír y decido mil veces no volver a intentar, pero algo en mi insiste. 

Bostezo y se cierra un solo ojo, el derecho, una imagen monstruosa. 

Si quiero cerrar ese mismo ojo, entonces sonrío si querer sonreir, mi cara sonríe, la mitad de mi cara sonríe y yo me miro, miro mi reflejo y siento náuseas ante lo irreversible de mi cuerpo. 

No, no es que voy a resistir así mucho tiempo, tengo un límite, me quedan 9 meses más, el tiempo en que se hace un hijo, 9 meses de paciencia, pero ni un día más. 

No, no me interesa la vida así. 

He vivido siempre en el límite  de la discapacidad, siempre he tenido que aprender a camuflarme, pero al menos mi discapacidad no era tan evidente, ahora se nota, se ve en todas las fotos, en todos los espejos, en todos los charcos. 

Intento otra vez cerrar mis ojos con fuerza, mi cerebro vibra y escucho las olas, las olas inmensas del mar cuando se forman, cuando arrastran el agua para crecer y despues estallar en las piedras y en la arena y en los restos de conchas y de cangrejos muertos. 

Todo es sonido. 

Todo lo que pasa lo puedo escuchar. 

Y lo que no pasa también. 

Respiro 

Uno, dos, tres. 

Uno. 

Uno, dos, tres, cuatro, cinco. 

No escucho nada, solo mi respiración. 

Nueve meses y ni un día más.