Durante años caminé
sin saber qué llevaba dentro.
Un animal extraño, sin nombre,
habita en mi pecho.
Un paso,
una traición.
Pisaba hojas secas,
hojas doradas
que prometían sostenerme.
Pero se rompían bajo mis pies
y me lanzaban a un hueco oscuro,
a un abismo frío,
sin fondo.
Me tragaba
sin hacer ruido.
Silencio rotundo.
Caía.
Sin fin.
Silencio. Silencio.
Caigo.
Sin fin.
En la caída,
se me va el aire.
Mi pecho se hace pequeño.
Mi garganta se seca.
Mi cuerpo tiembla.
Mi alma.
Eso que tiembla es mi alma.
Una turbulencia mortal.
Me tomó años, demasiados,
entender que ese vértigo, esa náusea,
no venían de afuera.
Venían de mí.
De la angustia pura.
Yo soy la angustia.
De la desesperación brutal de estar viva.
Un fuego ardiendo
donde no debería.
Un relámpago
que no ilumina.
Una soga invisible
cerrándose sobre mi cuello.
Hoy sé que esa angustia
vive en mis huesos.
Es un filo que corta.
Una sombra
que me nombra.
A veces me abraza
con una ternura torcida.
A veces me empuja
hacia ese abismo paciente
que siempre espera por mí.
Que espera que yo siga pisando hojas,
hasta que no haya más camino.
Y yo
Camino.
Sin saber,
confiando.
Pero vuelvo a caer.
Una vez y otra vez.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario