Mi maldición no es un hechizo antiguo ni un destino escrito en piedra.
Es sentir la vida con un exceso de ojos, con un exceso de piel.
Ver lo que otros no ven, oír lo que nadie dice,
sentir el eco de la ausencia y el golpe de lo que no tiene nombre.
Mi maldición es no saber exactamente cuándo dejar de mirar donde nadie mira.
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