domingo, septiembre 28, 2025

La batalla de las madres

Hubo una batalla dentro de mí.

La planta pedía rendición,

abrirme, dejarme caer, dejarla entrar.

Yo le respondía que no.

Me resistí a todo.

Ni vomité.

Mis hermanas y hermanos vomitaron por mí,

como si mi cuerpo no estuviera listo

para soltar lo que llevaba guardado.


Después vino el pico.

Una ola de hipersensibilidad que me atravesó.

Podía escuchar mi sangre correr como un río eléctrico,

sentir cada chispa de mis neuronas,

la danza secreta de mi propio cuerpo.

Era dolor y éxtasis al mismo tiempo.


Y entonces apareció ella:

una gota de leche.

La única que acepté de mi madre.

Sabía a miel.

Un sabor mínimo, imposible de olvidar,

un recuerdo guardado en el hueso,

como un tesoro roto.

Esa gota era origen,

una promesa que no terminé de recibir.


Ahora pienso que ese ser

que vive en mí, que me detiene,

que me llena de vergüenza,

es mi madre.

Una forma de ella que encontró un modo de permanecer

dentro mío,

como sombra,

como guardiana,

como cárcel y como herencia.


La planta me mostró

que está ahí desde siempre,

pero también que hay dulzura en la resistencia,

y quizá esa dulzura

es la raíz

de todo lo que necesito sanar.

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