Mi mamá está en mi casa.
Y lo que siento es un montón de emociones que se miran de frente, se chocan y por un instante desaparecen.
Pero vuelven.
Vuelven de inmediato.
No quiero tener que escuchar horas lo que tiene para decirme, ni los nombres, ni las historias que ya conozco.
No tengo ningún problema con ella —la quiero, le estoy agradecida—
pero no puedo interrumpir el silencio.
Necesito habitarlo profundamente para poder despertar a esta vida confusa cada día.
Es de vida o muerte.
Aunque esta vez no tenga ningún reclamo.
Voy a llegar tarde.
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