Nunca se me había ocurrido pensar que yo sería alguna vez la amiga triste,
La que no pasa la Navidad: la atraviesa.
Desde una distancia infalible, miro a las personas ir de un lugar a otro,
eufóricas, felices,
buscando regalos,
reuniéndose con amigos
en los cafés más lindos.
El mundo sabe.
Por eso nadie acude.
El mundo sabe
y me deja sola.
Nos deja solos,
a mí
y a los que acompañan de cerca mi soledad,aunque solo estén pasando.
Yo dije que no. Dije que el universo haría las cosas como yo digo,
manifestando
—casi nunca recuerdo esa palabra—
días llenos de gente,
reencuentros con amigos,
con mis hermanos,
con mis hijos,
con mis papás,
con el niño que amo.
Pero no.
Quizás mi alma no logró sentirlo real.
Quizás no lo dije muy fuerte.
Quizás no lo dije claro.
O quizás no todo ocurre
cuando se nombra.
Yo, sentada en la puerta de mi café vacío,
mirando pasar los mismos minibuses,
las mismas personas
dentro de los mismos minibuses,
Yendo a los mismos lugares.
Con mi café frío
y mi pantalón lleno de cenizas
del cigarro que no fumo,
que dejo caer
sin ningún cuidado.
Esa es la escena que imaginaba cuando era niña mientras le pedía a mi ángel de la guarda
que no me desampare,
ni de noche
ni de día.
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