Este texto no es una denuncia ni una confesión. Es una memoria. Escrito desde una herida que no pide venganza, sino claridad. Porque a veces el feminismo también se llena de silencios, y no todos son inocentes.
Y a veces, lo personal no solo es político. Es también irreversible.
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Hay mujeres —un montón— que ondean como bandera al menor soplo de viento, mujeres que escriben, sí, que marchan, que levantan la voz como quien levanta un trofeo y lo exhibe, no siempre por lo que pesa, sino por lo que brilla. Mujeres que recitan nombres de otras mujeres como quien recita un conjuro: autoras, mártires, pioneras. Mujeres que ocupan columnas de opinión como si fueran altares, que se sientan en paneles donde se habla de feminismo, de justicia, de derechos, con una convicción que a veces viene más del eco que del origen, más de la lectura que de la herida.
Y no es que no duela, no es eso.
Pero hay dolores aprendidos y otros vividos, y no es lo mismo.
Hay mujeres que dan cátedra sobre batallas que no libraron, que nombran el socialismo como quien nombra un país donde nunca estuvo, pero del que conserva postales. Mujeres que denuncian el abuso, el feminicidio, la impunidad —y lo hacen bien—, pero que en privado, cuando la puerta se cierra y las paredes escuchan, aún acarician al patriarcado como a un padre viejo y cansado, como a un esposo que paga las cuentas, como a un hijo que no se toca porque es varón.
Justificando con ternura lo que afuera condenan con furia.
Y entonces una se pregunta si el silencio también puede marchar, si puede colarse en las pancartas, si puede sentarse en los paneles con nombre y apellido, si puede escribir columnas, si puede ser bandera… aunque no flamee.
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Yo amé a una mujer
Sí, la amé como se ama cuando una cree que el amor puede mover leyes y cambiar al mundo. Y hubo una vida entre nosotras. No una metáfora, no una figura retórica, sino una vida hecha de días, de objetos compartidos, de promesas que no se escribieron.
Y mientras ella hablaba, convencida, sobre el amor entre mujeres y la urgencia de ampararlo con leyes y sellos y firmas, un día, simplemente, se fue… como si nunca hubiera estado. Con explicaciones que no explicaban nada.
Se llevó lo que era suyo —incluso lo que era mío antes de que fuera nuestro—.
Y lo hizo en silencio.
El mismo que después siguió usando como si fuera también una bandera.
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El amor se quiebra.
Llegan las despedidas frías, el silencio, la puertacerrada, los caminos hacia ella, cerrados, las exigencias inesperadas.
Los espacios que fueron nuestros se vuelven extraños, y lo que creímos seguro se transforma en abismo.
La contradicción entre lo que se dice y lo que se hace.
Cuando el privilegio y el poder mandan, las verdades se esconden y las heridas se mantienen en silencio.
Pero aquí estoy.
Yo. Nosotras.
Las que nunca tuvimos micrófono, pero sí memoria.
Las que callamos por años para no ensuciar la causa.
Pero el silencio también es una mancha.
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1 comentario:
Hay textos que se leen y otros que se atraviesan. Este se queda en el cuerpo, como una espina que no se quiere sacar. La lucidez con la que señalas la contradicción entre el discurso y la práctica es dolorosa, pero necesaria. Gracias por hablar por tantas que todavía no encuentran palabras.
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