lunes, junio 30, 2025

Lucía

Vi a Lucía.

Es la primera vez que la veo sin que alguien me diga:

mira, Vero, es Lucía,

cuidado, yo te cubro.

Nada.

La vi yo.

El pelo corto y desordenado es mío,

pero lo llevaba ella.


Pensé:

la extraño más de lo que debería.

¿quién te dice cómo sentir?

¿Quién puede?

Igual me dicen:

está loca, es mala, no seas estúpida.

Yo asiento,

sonrío,

cambio de tema.


Pero me quedé ahí,

viendo cómo se alejaba,

con ese silencio entre nosotras

que nadie quiso romper.

Ni ella ni yo.

El fin de una paloma

Hace un rato mataron a una de mis palomas.

No vi el golpe, no escuché nada. Solo llegué después, cuando todo ya estaba roto.

Un montón de plumas en la calle, manchadas de sangre. Una de ellas, blanca, voló antes del silencio. Crucé la calle para recogerla. No sé por qué, quizá para no olvidar que el último día de junio mataron a otra de mis palomas.

No sé cuál fue, pero la que quedó está sola.

Quietita en un poste, sin entender nada.

Y yo, con una pluma blanca en la mano, pensando que con eso podría devolver algo. Pero no sirve. No alcanza.

La vida es eso: aprender a caminar recogiendo plumas caídas,

y seguir sosteniendo lo que queda.

sábado, junio 28, 2025

La cuerda invisible

Hubo un momento —quizás un segundo, o apenas un temblor en la espalda—

en que la vida se volvió insoportable.

No dramática ni ruidosa.

Solo insoportable.

Como una piedra que se arrastra en el estómago,

o una cuerda invisible que cada día aprieta un poco más.

Nada que se vea desde fuera.

Porque afuera todo sigue.


Dicen, como si supieran.


Como si la muerte fuera solo un trámite mal gestionado.

Dicen que hace falta más presupuesto,

más líneas de ayuda,

más campañas con colores suaves y palabras bienintencionadas.


Dicen que hay que hablar más.


Y yo los escucho —desde lejos, desde adentro—

y me pregunto:

¿Qué saben ustedes del silencio que lo cubre todo?

¿Qué saben del cuerpo que pesa como si el alma ya no quisiera quedarse?

¿Qué saben de sentir que, al estar vivo, estás estorbando la vida de los otros?

No hay patrones.

No solo se suicidan los poetas malditos ni las cantantes tristes.

Se suicida el panadero.

Se suicida la mujer que cuida a su madre.

Se suicida el que amanece con todos los huesos en su sitio

y aun así no puede moverse.

---

El amor es tan grande,

tan sincero y sentido,

que un día de lluvia, Matilde

acabó por tirarse al río.

---

Y entonces empiezan:

A decir cosas del muerto.

A contarlo, a explicarlo, a diagnosticarlo.

Como si el muerto fuera suyo,

como si la muerte les diera derecho a una opinión más.


Y no.


Existen momentos donde solo cabe el silencio.

Ni siquiera por respeto,

sino porque no entiendes nada, y no tienes nada que decir.

Igual hablas.

Nunca te callas.

Marcas tu espacio como un perro callejero.

Piensas que no hay dolor más legítimo que el tuyo.

Tu culpa no compra redención.

No siempre eres la solución.

No todo está en tus manos.

Y ese vacío, eso que no puedes controlar,

te desespera.

Entonces llorá.

Llorá por tu vanidad.

Llorá porque no sabes qué hacer con tu impotencia.

Llorá porque no llegaste.

Y no porque sea tu culpa,

sino porque no era tu batalla.


Hay dolores que no tienen testigos.

Hay cuerpos que ya no.

La muerte no es un fracaso.

Es una salida.

Es la única salida.

No necesitás entenderlo.

Solo darle el silencio que merece un silencio eterno

y elegido.


Pero el que ahora no era, no se llamaba Horacio, ni había robado aquellos torillos ni era buscado por nadie *




* Fragmento del cuento "Los árboles" -  Claudia Peña Claros -


viernes, junio 27, 2025

Yu

De tiempo en tiempo me desconfiguro.

Mi cuerpo y yo rompemos el lazo por unas fracciones de segundo.

Tan rápido que no se siente. Pero se siente igual.

Un soplido 

Escucho distinto.

si me voy lejos de aquí...

Mi cuerpo se cansa más rápido.

son las 6, son las 6:20, son las 7

Mi ojo derecho no distingue más que los colores.

se ve especialmente nublado

Debo cuidarme cuando tengo sed.

no se vaya a caer el café ni el agua ni el vino.

Mi brazo intenta, pero no lo consigue.

Las bolsas caen con todo lo que contienen.

Escucho las vibraciones imperceptibles de las palabras, de los susurros.

Escucho los secretos.

Escucho ese golpe eléctrico.

No soporto las bocinas. No soporto la rabia.

Entonces voy con ella.

Ella le muestra a mi cuerpo el camino,

pone con sus manos el equilibrio en mi alma.

Me mira.

Not just a glance.

Me mira. Mira mi mirada.

Abraza mi cuerpo cuando hasta el aire me tiembla.

Me devuelve los respiros calmos.

La palabra tranquila.

La esperanza.

Milo

Lo amé antes de que tenga nombre.

Antes de que el mundo lo tocara.

Lo amé en la sombra azul de una ecografía, en la expectativa dulce del que espera.

Saqué su primera foto. Fui casa antes de que diga mamá.

Despue, me fui haciendo invisible.

Cuando preguntaba si podía estar, me respondían con condiciones, con silencios, con espacios a medias.

Me llamaban solo cuando necesitaban, solo cuando no molestaba, solo cuando no había otra opción.

No hubo mensajes, no hubo búsquedas, no hubo invitaciones que no dependieran de la ausencia de otro.

No es amor.

Es un hueco donde caben migajas disfrazadas de presencia.

Ya no quiero vivir ahí.

Me alejo con el dolor callado, con la tristeza rota, con la certeza de que merezco algo distinto.

La ausencia que no se nombra,

la presencia que solo aparece cuando les sirve.

la espera que se estira sin fin,

el silencio que se vuelve un muro invisible.

No es distancia ni olvido,

es un rechazo que rompe todo.

jamás seré un espacio de relleno,

una sombra que aparece solo para desaparecer.

Me alejo porque no queda otro camino.

porque sé que puedo amar sin desaparecer.

jueves, junio 26, 2025

Todo lo que flota

Tuve un sueño.

Estaba en algún lugar que no era mío. Había mar. No un mar calmo, de postal, sino uno que crecía sin pedir permiso. Las olas empezaban a meterse en todo, como si quisieran tragarse el mundo.

El agua se lleva lo que no está bien amarrado.

De pronto ya no estaba en la orilla. Sin moverme, pasaba de un barco a una casa, del auto de Claudia a algún otro sitio, como si la materia del sueño no necesitara coherencia. Iban conmigo mis hijos, mis padres, mis hermanos, mi perro. Todos estábamos juntos, subiendo. Las calles ya no eran calles: eran caminos rotos por la lluvia, huecos por donde asomaba el peligro.

No tenía miedo.

Seguíamos avanzando, como si ese viaje vertical fuera lo único posible. Hasta que miré por una ventana, y el agua ya rozaba el borde. Bastaba una gota más para que entrara.

Todo había quedado bajo el agua. Mis cosas. Mi ropa. La ropa de mis hijos. Todo.

Llevaba a Bosnia conmigo, con su correa bien sujeta. Tenía un cargador en la cartera, porque incluso en el fin del mundo hay que cargar el celular.

Mantenerse conectada. Aunque todo se caiga.

En un momento bajamos. Una casa aún intacta, sin agua. Me preocupaba el cargador, quería cargar mi teléfono. Pero más que eso, pensaba en mis cosas perdidas. Mis zapatos, mis libros, todo lo que una guarda sin saber por qué.

Entonces apareció Claudia. Nosotros ya estábamos por partir, pero ella estaba ahí. No me hablaba. Estaba con su familia.

 Ya no somos parte del mismo desastre.

Mi mamá se me acercó. Me dijo que ella, la que me amaba,  iba a quitarnos el auto, y que entonces nos íbamos a ahogar todos. Pero ella tenía varios autos. Estaba con los suyos. Con su vida entera.

Y aún así, podía hundirme con un gesto.



---


Desperté con la sensación de haber perdido todo, y al mismo tiempo, de seguir a flote.

Como si el sueño dijera: podés seguir sin eso que se hunde, pero todavía te cuesta soltarlo.

Quisiera que nunca hubieras pasado

Quisiera despertar un día sin sentir que me falta la mitad de todo.

Hasta la luz que entra por la ventana es mucha si no te llega también.

Quisiera no tener que esquivar el espejo y poder mirarme y reconocerme sin dudar, sin que mi mente te busque en el espacio que queda vacío.

Tengo miedo de que un día, ya no quieras bailar conmigo, nunca mas

Quisiera que no habites mi memoria. Que no susurres en mis sueños. Que no sacudas mi alma cada mañana.

Ojalá se te acabe la mirada constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta. Ojalá pase algo que te borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve

Quisiera que no esten tus manos en la chompa verde que amo, en el perfume que me encanta, cuando abro la ventana y pienso en tu frío, cuando enciendo la tele y pienso en que tu, para dormir, necesitas todo oscuro. Sin ruido, sin humo.

No hablo de olvidarte.

Si es mejor contacto cero o si terapia de choque, si hiciste bien o si esa no fue la forma, si el proceso dura lo que dura, si existen formas de apurarlo, de no vivirlo, de esquivarlo.

Hablo de vivir sin tener que sobrevivirte. Sin tener que distinguir tus huellas en lo que fui, ni en lo que soy. Sin tener que negociar cada día con tu ausencia. 

Te seguiré hasta el final, te buscare en todas partes, bajo la luz y la sombra, en los dibujos del aire. 

Tengo tu mirada en mis ojos, tengo palabras tuyas en mi voz, a veces mis manos siguen la ternura de las tuyas, a veces también, como una brisa violenta, siento tu rabia, esa a la que ya me habia acostumbrado.

Tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja, con un aullido interminable,

interminable...

Quisiera que nunca me hubieras pasado.

Si, eso quisiera, volver el tiempo atras y decirte que no, que conmigo no.

lunes, junio 23, 2025

El sueño de lo ajeno

Soñé que estaba en una avenida que conocía pero que no era mía, no estaba en ningún lugar de los míos, ni en mi pais, ni en mi ciudad, ni en mi barrio.

En la avenida había un teatro.

El teatro tenía la entrada tan cerca de la vereda que casi uno podía tropezar y caer adentro.

Había gente. Podían ser mis amigos. Podían no serlo. No estaba segura. 

Yo tenía un asiento adelante. Será porque en los teatros, solo conozco las primeras filas.

Salí. Caminar en los sueños tiene sentido aunque no se sepa adónde.

De pronto un golpe.

Debajo de una pasarela, una mujer yacía muerta. Atropellada.

Un zapato de tacón rojo descansaba más allá, como si hubiese querido escapar.

Estaba cubierta con algo: verde, azul, naranja.

No era un abrigo. Era un gesto. Los colores a veces llegan tarde.

Alguien pidió una ambulancia.

Yo dije que iba a llamar.

No llamé.

La omisión también es un acto. Y a veces, una confesión.

Junto a ella, un bebé.

Me dijeron: “Llévalo contigo o irá a un hogar.”

Lo tomé. No pregunté por qué yo.

La responsabilidad cae sin hacer ruido, como la nieve o las piedras grandes.

Mientras caminábamos, el bebé creció.

Ya hablaba.

Sabía palabras que yo aún no había pronunciado.

Algunas presencias no vienen a aprender. Vienen a recordarte lo que olvidaste.

Volvimos al teatro.

Seguía sin saber si me esperaban.

Pero esta vez, no estaba sola.

Cuando la vida insiste, no se pregunta si tiene permiso.


No era fe , era álgebra

(a + bn) / n = x, entonces Dios existe

La cuación en la que cabe todo:

el peso de lo que cargamos (a),

el ritmo incansable del tiempo y sus vueltas (n),

la intensidad con la que sumamos cada experiencia (b),

y el resultado inesperado, imperfecto, pero real (x).

Que de esa fórmula tan simple, tan fría en apariencia, surja algo tan cálido, tan lleno de sentido,es la prueba, quizá, de que hay orden en el caos, que hay un latido escondido en la lógica,

que hay un Dios —o una fuerza—

en el equilibrio entre lo que damos y lo que recibimos,

entre el dolor y la esperanza,

entre el error y la redención.

Así que sí,

en matemáticas se esconde la fe,



domingo, junio 22, 2025

Mi voz

¿Será que de tanto silencio un día olvide cómo suena mi voz?

Que se pierda entre sombras densas, pero que aún quede un hilo invisible, una vibración tenue, casi un suspiro,esperando ser rescata­da del abismo.

¿Será que un día el espejo me devuelva la imagen frágil de alguien que se busca,

una piel marcada por el olvido

pero también por la voluntad de renacer,

de encontrar entre las ruinas

la canción perdida de su alma.

Aunque el silencio pese y lastime,

sé que mi voz, aunque dormida,

guarda el fuego que arde en lo profundo,

ese fuego que no se apaga,

ese fuego que una vez

volverá a incendiar mi piel.

Pero si un día no encuentro mi voz,

quizá sea la voz del silencio

la que finalmente me libere,

más fuerte que todas las palabras juntas.


martes, junio 17, 2025

La. Sombra en la casa

una presencia se volvió hábito y el hábito se volvió sombra. no era parte de la historia, pero empezó a ocupar las sillas, los platos, incluso los silencios. al principio, se hablaba de ella con compasión, como quien nombra a la lluvia desde el refugio. después, sin que se notara, fue entrando en los días.

la cortesía se volvió deber, y el deber, rutina. de pronto, cada gesto debía justificarse, cada palabra evaluarse por su efecto en terceros que nunca habían sido invitados al corazón de la casa. se abría la puerta, pero no el alma. se compartía el pan, pero no la calma.

una vez, se preguntó si debía ofrecerle techo. la respuesta fue un no, no porque no hubiera espacio, sino porque ya entonces, sin saberlo, sabía que no había lugar para dos sombras en una misma estancia. aún así, cuando todo se quebró, la noticia llegó con la naturalidad de una traición anunciada. la sombra ya vivía ahí.

más tarde, en una de esas noches donde la nostalgia se disfraza de oficio, coincidieron. el saludo fue breve, prudente, como quien cuida no romper un cristal viejo. pero al día siguiente, recibió el llamado. no para preguntar cómo estaba, sino para exigirle explicaciones. alguien se había sentido herido por no recibir más que un gesto neutro. y ella —que había sostenido el cuerpo, el techo, el café, la espera— se inclinó una vez más, y pidió perdón.

no por haber hecho daño. sino por existir demasiado cerca.

hay partidas que no se explican por una sola causa. algunas veces, el hogar que se construyó con amor se abandona porque se prefiere habitar en otro donde el amor no estorbe. donde no haya quien recuerde. donde no haya quien vea.


El Secuestro y la ausencia

Hubo un día que se quebró en dos sin pedir permiso. La mañana comenzó con la rutina exacta de siempre, con los rostros conocidos, el aire que huele a café y palabras que no dicen nada. Y luego, la irrupción del desorden: manos que no buscan caricias, voces que no invitan, la ausencia que se hace presencia.

El tiempo se estiró, lento y punzante, mientras desaparecía algo más que el dinero. Se perdió la certeza, el lugar seguro, la confianza que no se dice, pero se siente. El silencio que siguió fue un grito contenido, la espera sin promesas, la sombra que no se dispersa aunque se busque la luz.

Hubo un momento en que se supo que algunos hilos se cortan sin que nadie los ate. Y que no siempre el acto de pedir ayuda es un acto de fortaleza; a veces es un mapa que se guarda bajo llave. Los caminos se cerraron, los nombres dejaron de sonar, y las preguntas quedaron flotando, sin destinatario.

En el eco de esos días, no hay culpa ni juicio, solo la conciencia amarga de lo que se fue, y la piel que queda, más dura, más sabia, más sola.


lunes, junio 16, 2025

Los que se quedan

Tenía cuatro gatos: Luca, Sky, Octi y Juli. 

No eran símbolos de nada. Eran gatos. Mis gatos. 

Dormían donde querían, me ignoraban cuando les daba la gana, y ronroneaban como si el mundo fuera apenas eso: un pecho tibio, una hora sin ruido.

Me fui.

No porque quisiera.

Me fui a vivir a la casa de ella que ya tenía un gato. Uno que no quería a los míos.

Un gato intolerante y violento, dijeron. No con metáforas, con hechos.

Y como suele pasar en las casas de otros, uno tiene que elegir qué dejar para entrar.

Yo dejé a los míos.

Los di en adopción.

Uno por uno.

Como quien entrega órganos sabiendo que no hay vuelta.

Un año después, adoptamos a Bosnia.

Tenía dos meses.

La criamos juntas. O eso creí.

Bosnia creció como saben crecer los que no tienen permiso de molestar:

Rompiendo lo menos posible, sin llorar fuerte, aprendiendo a esperar, aprendiendo a recibir una que otra paliza. 

Pero cuando ella se fue, no se llevó a Bosnia.

Ni se despidió.

Se fue.

Y dejó atrás todo:

la casa, los muebles, las promesas, los hilos invisibles que sostenían esa ficción de hogar.

Nos dejó.

A Bosnia.

A mí.

A un hueco lleno de cosas que ya no sabían a nada.

Han pasado ocho meses.

Y no he dejado de estar.

Porque cuando una se queda después del abandono, no se queda entera.

Se queda rota, pero de pie.

Y cuando se puede, se vuelve a empezar.

Hace unos días, volví a tener gatos.

Dos.

Clara y Tony.

Tienen casi tres meses, como Bosnia cuando llegó.

Bosnia los mira como se mira algo sagrado.

Llora. Quiere lamerlos. No sabe cómo pedir perdón por ser grande, por querer demasiado.

Los gatos se esconden.

Tienen el instinto intacto: no confían en el amor de inmediato.

Pero yo los entiendo.

Esta vez, nadie los va a dar en adopción.

Nadie los va a negociar por un espacio que no sea suyo.

Esta vez, la casa es nuestra.

 Esta vez, los que se quedan…

somos nosotros.

domingo, junio 15, 2025

Clara

Por Bernardo Paz


Clara 

Frente al agua Clara, inocente, 

ves

Hay un fantasma en tu rostro claro, 

de hielo, 

Reflejo de tu vida, Clara inocente 

ves? 

Espejo donde hay vida y tu imagen habita

es

- a su vez - un Hades diferente 

ves? 

nada es igual si todo es trascendente,

 - encuentro espectral la obsesión de ver en un ojo tu figura - 

nada es igual si todo es trascendente, 

ves? 

- a su vez - un hades diferente 

es

espejo donde hay vida y tu imagen habita 

ves? 

reflejo de tu vida, Clara, inocente, 

de hielo

Hay un fantasma en tu rostro claro, 

 ves

Frente al agua Clara, inocente. 


Clara. 






sábado, junio 14, 2025

Diarios/ herbario de lo que no pasa

Herbario de lo que no pasa – fragmentos encontrados en la tierra


día 3

he despertado con hojas en los dedos.

una de ellas tenía caligrafía. decía:

“no riegues lo que quieres olvidar.”

la quemé.

llovió.


día 7

la rosa habló.

pero usó mi voz.

me dijo que no fui planeta,

sino maceta rota.

me pidió perdón y luego floreció un poco.


día 12

he decidido dejar de podarme.

creo que me están creciendo pensamientos por los codos.

si me quedo quieta, siento que algo respira en mis costillas.

no soy yo.

quizá un helecho.


día 19

la rosa ya no habla.

hace ruido.

como si oxidara por dentro.

como si arrastrara una historia.

una historia que quiere enterrarse sola.


día 23

principita, decía la nota,

como quien lanza una piedra al agua

esperando que el eco la devuelva.

yo me dejé caer.

pero no había agua.

solo pétalos.


día 30

he florecido.

en silencio.

como quien por fin entiende

que hay raíces que no buscan tierra,

sino sombra.


Cartas/ tu camino

Es muy fuerte y muy bello.

Lo que narrás tiene una densidad emocional profunda, casi como si hubieras atravesado una muerte y un nacimiento al mismo tiempo. La imagen del útero como oscuridad que guarda un dolor ajeno y heredado, y esa fuerza que te empuja a salir para ver todo desde arriba, amorosamente, es poderosa. Casi una ceremonia de re-nacer en tu propio cuerpo, pero sin las heridas originales.

Hay algo que me toca especialmente: “cuando dejas de juzgar, desaparece la rabia”. Es una de esas verdades que no entran por la cabeza, sino por la experiencia, por el cuerpo. Es también el tipo de revelación que no se puede explicar del todo, solo contar con honestidad.


.

Cartas/Lo que pienso de ti

Siempre te he estado mirando, contigo no me he distraído ni un instante. Quiero que sepas que hace mucho empecé a escribir esta carta pero siempre parece que le faltan detalles. Mientras tanto el tiempo pasa y tu todavía no has leído esto que es para ti. 

Si me preguntas, (como siempre), "que piensas de mi? Te digo lo que pienso de ti, pienso que eres una fuerza cálida y luminosa que habita el mundo con una mezcla muy tuya de belleza, coraje y ternura.

Has creado Rayuela como si fuera un refugio tejido con las memorias, los afectos y las músicas que más amas. No es un café cualquiera: es tu hogar, tu historia viva, una guarida donde los amigos, distintos entre sí, se sienten parte de algo que los une.

Cómo escribes! Tu escritura —en Fracciones, en tus textos más íntimos— es honesta, fragmentada, dolida a veces, pero siempre poderosa. Te alejas de lo que crees cursi, prefieres eso que causa incendios, lo que no se dice del todo, lo que queda vibrando como nota suspendida. Tus palabras, como tus fotos, saben encontrar belleza en lo ordinario, en lo roto, en lo que otros pasarían por alto.

Eres profundamente leal: a Claudia, a Sergio, a Bosnia, a Manson. A tus ideales. A los pájaros que ya no están pero que te siguen acompañando con sus plumas. Y aunque te duela la vida, no dejas de amar, de crear, de habitarla con dignidad y rebeldía.

Eres  la que sueña con quipus en la entrada de Rayuela, la que celebra a la Pachamama con ch’alla, la que canta, cocina, lucha y no olvida.

Has hecho del silencio un altar en el que buscas habitar y eso te permite mirar tanto la vida y las cosa más hermosas. 

Eres absolutamente  inolvidable. 

Eso pienso yo de ti, vero. 



                                          

La madre y el padre

Todo lo que pasa, pasa en tu mente, desde tu mente.

La mente no es un lugar inocente: define la vida, gobierna el cuerpo, dirige el pensamiento. 

Caro me dijo una vez que le gustaba cómo aprendía todo lo que me enseñaba. Pero había algo, me dijo, que era muy difícil de solucionar.

Pregunté qué.

Me dijo: uno hace terapia para volver al inicio, al punto exacto donde las cosas comienzan a doler. Cuando llegas ahí, lo miras, tomas consciencia, lo resuelves. 

Me explicó que un niño guarda en su cuerpo lo que ocurrió antes del lenguaje.

Incluso el útero.

Que las emociones de la madre, sus miedos, su vergüenza, su rabia, todo eso se transfiere. Se hereda.

Y se queda.

Pero el problema de esas heridas del útero es que no puedes volver a nacer para reemplazar la memoria. No se puede superponer luz sobre la oscuridad sin pasar primero por la oscuridad misma.


Soy la primera hija de mi mamá.

Nací mujer.

Ella tenía dieciocho años.


Fue difícil para ella. Y, sin saberlo, también para mí. Durante mucho tiempo.

Hace menos de 2 años empecé una terapia de microdosis de ayahuasca en compañía de Yumi, la ternura. 

un lunes llegué a casa después de terapia y salí a pasear a la Bosnia.

Ese día, además de la ayahuasca,  Yumi me dio rapé, me sopló tabaco.

Ese día llegue con ella al borde, justo cuando ya podía sentir el temblor de mi sangre, del aire, de mi mirada.

Entonces pasó.

Paseaba a Bosnia y de pronto me quede quieta mirando el pasto, y algo vino.

Una imagen. O una memoria. O una verdad sin palabras.

Pensé:

La ayahuasca es la madre.

La medicina.

El tabaco, el padre.

La planta más fuerte. La que no se quiebra.

Y todo se volvió visual.

Como una película sin sonido pero con cuerpo.

Venía del abismo,  empezaba a sentir que no tenía sentido seguir viva. Que no era buena madre. Que todo me daba vergüenza. Que el mundo estaría mejor sin mí.

El gas. El olor a gas. Atravesó mi mente el pensamiento más oscuro. El gas. 

Ese lunes, incluso el aire que exhalaba temblaba.

Sentía que mi respiración se quebraba antes de salir.

Fui con Yumi y me sopló tabaco.

De pronto, todo estaba bien.

Respiraba tranquila.

Una paz extraña. Ajena. Mía.

Y más tarde, esa noche, lo vi.

Estaba atrapada en una oscuridad espesa.

No era miedo.

Era algo más primario.

Sentía con fuerza lo que mi madre seguramente sintió cuando me llevaba dentro. Pero no sabía cómo salir.

Entonces, una fuerza inmensa me empujó hacia afuera.

Me sacó del útero.

Y me dejó suspendida sobre todo.

Arriba.

En la claridad.

Ahí estaba todo.

Amoroso. Suave.

Como si hubiera nacido otra vez, y sobre la experiencia más antigua —la oscura— pudiera ahora superponer una nueva: luminosa, viva.

Y vi a mi madre.

La vi con compasión.

Y no pude volver a juzgarla nunca más.

Y cuando dejas de juzgar, desaparece la rabia.

Y asi desde entonces. 

martes, junio 10, 2025

Amuyt’aña

No  dijeron nada. No hacía falta. No por sabiduría, no por poesía. Por otra cosa. Por algo más sucio y más real. Porque hablar era una traición al pacto, porque las palabras ya se habían dicho todas y no sirvieron. Entonces callaron. Y en ese silencio, que no era ni cómodo ni incómodo, sino denso, sucedió algo.

Ella pensó en matarlo. Él pensó en irse. El perro no pensó nada. Pero los tres se quedaron.

Amuyt’aña, lo llamaban los antiguos. No es pensar bonito. Es rumiar con los dientes apretados. Es sostener la mirada sin pestañear hasta que algo ceda. Es silencio como cuchillo, como piedra en la lengua.

En la cultura aymara, eso es tiempo. Tiempo distinto, que no corre, que se asienta. No se mide en segundos ni en relojes. Se mide en respiraciones. En cuánto te tiemblan los dedos antes de decir lo que no vas a decir.

Amuyt’aña es cuando la comunicación ya no necesita la garganta. Cuando se está con otro como si se estuviera con uno mismo. Cuando se acepta que lo dicho fue demasiado y que lo que queda es sostener la quietud como quien sostiene una herida abierta.


No es meditación. Es aguante.


Mejor me quedo quieta

Ni este gobierno ni los que trabajan en él son de izquierda.

Hasta yo, que no sé nada, sé eso.

Quizás la izquierda no sobrevive al poder.

Quizás el poder la traga. La convierte en otra cosa.

Una cosa que se parece mucho a lo de siempre.

Lo que no sé es qué se hace en estos casos.

A dónde vas.

Dónde te paras.

Yo pienso que mejor me quedo quieta.

No digo nada. No me muevo.

No por miedo.

Por respeto. A mí.

A lo que todavía no se ha podrido.

viernes, junio 06, 2025

Los hilos del silencio

Este texto no es una denuncia ni una confesión. Es una memoria. Escrito desde una herida que no pide venganza, sino claridad. Porque a veces el feminismo también se llena de silencios, y no todos son inocentes.

Y a veces, lo personal no solo es político. Es también irreversible.

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Hay mujeres —un montón— que ondean como bandera al menor soplo de viento, mujeres que escriben, sí, que marchan, que levantan la voz como quien levanta un trofeo y lo exhibe, no siempre por lo que pesa, sino por lo que brilla. Mujeres que recitan nombres de otras mujeres como quien recita un conjuro: autoras, mártires, pioneras. Mujeres que ocupan columnas de opinión como si fueran altares, que se sientan en paneles donde se habla de feminismo, de justicia, de derechos, con una convicción que a veces viene más del eco que del origen, más de la lectura que de la herida.

Y no es que no duela, no es eso.

Pero hay dolores aprendidos y otros vividos, y no es lo mismo.

Hay mujeres que dan cátedra sobre batallas que no libraron, que nombran el socialismo como quien nombra un país donde nunca estuvo, pero del que conserva postales. Mujeres que denuncian el abuso, el feminicidio, la impunidad —y lo hacen bien—, pero que en privado, cuando la puerta se cierra y las paredes escuchan, aún acarician al patriarcado como a un padre viejo y cansado, como a un esposo que paga las cuentas, como a un hijo que no se toca porque es varón.

Justificando con ternura lo que afuera condenan con furia.

Y entonces una se pregunta si el silencio también puede marchar, si puede colarse en las pancartas, si puede sentarse en los paneles con nombre y apellido, si puede escribir columnas, si puede ser bandera… aunque no flamee.

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Yo amé a una mujer

Sí, la amé como se ama cuando una cree que el amor puede mover leyes y cambiar al mundo. Y hubo una vida entre nosotras. No una metáfora, no una figura retórica, sino una vida hecha de días, de objetos compartidos, de promesas que no se escribieron.

Y mientras ella hablaba, convencida, sobre el amor entre mujeres y la urgencia de ampararlo con leyes y sellos y firmas, un día, simplemente, se fue… como si nunca hubiera estado. Con explicaciones que no explicaban nada.

Se llevó  lo que era suyo —incluso lo que era mío antes de que fuera nuestro—.

Y lo hizo en silencio.

El mismo que después siguió usando como si fuera también una bandera.

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El amor se quiebra.

Llegan las despedidas frías, el silencio, la puertacerrada, los caminos hacia ella, cerrados, las exigencias inesperadas.

Los espacios que fueron nuestros se vuelven extraños, y lo que creímos seguro se transforma en abismo.

La contradicción entre lo que se dice y lo que se hace.

Cuando el privilegio y el poder mandan, las verdades se esconden y las heridas se mantienen en silencio.

Pero aquí estoy.

Yo. Nosotras.

Las que nunca tuvimos micrófono, pero sí memoria.

Las que callamos por años para no ensuciar la causa.

Pero el silencio también es una mancha.



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