Jorgito ha vuelto al café, ha olvidado la arena de luca. Yo ya tenía encendido el motor. Apago. Espero. Cuando pasa al lado de mi ventana, se despide y me manda un beso. Enciendo las luces y alumbro la cuadra que le falta caminar hasta la esquina. Lo veo llegar y acelero hacia la misma esquina para darle la pasada cuando el cruce la calle hacia el minibus. Así me aseguro que Jorgito llegue a salvo a la parada.
Tampoco me gusta cocinar, pero más bien cocino deli.
Qué cosa misteriosa la vida.
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