martes, mayo 14, 2024

Constelación

Esta vez voy sin miedo, ya sé cómo es, ya sé todo lo que pasa, voy con esperanza, voy acompañada. 

Un pajarito me habla, no entiendo que me dice, pero insiste, se para en el techo justo encima de mi, que será lo que me dice... 

Eso me jode, no poder silbar, no sé cómo más una se comunica con los pajaritos, mi abuelo sabía y me enseñó, vos les silbas y ellos responden. A mi me miran de frente, se paran frente a mi, giran su cabeza y me silbam, sin miedo, más bien con curiosidad.

A veces me recuerdo soñando con una casa gigante, en un auto de esos que obligan a la gente a mirar, intento recordar porqué ese era mi sueño, pero no recuerdo nada, cuando voy tan atrás en el tiempo, apenas recuerdo la sensación general de no entender nada y la dicha absoluta qué sentí cuando aprendí a silbar.

Hoy no puedo. 

Recuerdo la muerte, mi chompa guinda con azul, tan horrible, grande y fea y yo no me la sacaba nunca, solo para el entierro. Porque ese día me pidieron que me ponga un traje lila horrendo, triste, casi elegante, para qué, para pararme al borde del hueco ese donde metieron a mi abuela, recuerdo el vertigo de ese hueco, el vértigo que quiso quedarse conmigo para siempre. Y el silbido de los pajaritos. Eso recuerdo. 

El vértigo de la muerte. 

De las cosas que se lleva el tiempo, de lo que no vuelve, ni por un segundo, nada, su mano, sus dulces azucarados, su palabra para mi, mi chijla, mi abuela que me defendía siempre de ella, si, de la que no quiso quererme. Mi abuela que fumaba y llenaba geniogramas con el larousse al lado. Matando moscas en su cabeza y en la mía. 

No va a volver, nadie podría salir jamás de ese hueco, tan profundo, de ese cajón, tan cerrado.  De esa tierra, tan pesada, tan oscura, tan fría. 

El vértigo de lo que no vuelve, como el silbido no respondido de un pajaro que quiere hablar conmigo y se va sin mirar atrás, porque sabe que el tiempo no vuelve. 




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