viernes, septiembre 22, 2017

Blanco inmundo.

No había pasado por mi mente hasta que un impulso tonto le ganó a la razón. A la mía. A la razón que pocas veces consigo.

La puerta abierta de par en par, las ventanas sin cortinas que guarden de mi lo que yo nunca he querido saber. Las luces encendidas todas, ninguna oscuridad escondiendo nada.

Y de golpe un mundo del que a mi no me interesaba saber, un mundo que ahora no puedo dejar de ver. Ajeno y confuso.

Ajeno. Confuso.

Ninguna traición,  ningún error, pero su hombre en todas partes tantos años después.

Dejo de mirar el piso, no reconozco nada. No soy capaz de encontrar el norte en ningún lugar.

Vuelvo a bajar la cabeza, esos zapatos son míos, solamente podrían ser míos. Esos son mis pies. Es así como suenan mis pasos. Esas huellas soy yo. Entonces intento mirar al frente otra vez. 

No reconozco nada, no me rindo.

Todo es blanco ahora, como si me hubiese sumergido en una inmensa piscina de leche,

me rindo.

Abro mis ojos tanto como puedo, todo blanco y brillante. Mis zapatos. Mis huellas. Mis pasos. Ya no están, ha desaparecido todo en esa leche espesa y asquerosa.

Busco mis manos y la marea blanca no me deja encontrarlas.

Busco un respiro. Uno solo. Un poquito de aire. Solo para no asfixiarme. Una máscara de oxígeno. Un globo para aspirar. El aire que dejé ayer en mis bolsillos.

Nada.

Firme y de frente, decía papá.
Firme y de frente.

Firme.

Tiembla todo en mi.
Las manos que no encuentro.
Las huellas que no están.
El aire que se niega a entrar.
Los pasos que ya no se dan.

No quiero. No puedo con su mirada.

No quiero.

Ni firme ni de frente.

1 comentario:

Zagal dijo...

Sobre el blog? Está fuerte