Eso es lo más potente de El Jardinero, Esa ambigüedad moral que te deja incómoda, pero también muy conectada. Es como si ellos hicieran lo que hacen por amor, por lealtad, por una lógica que en su mundo tiene sentido… aunque para el resto sea impensable.
Y ella, Esa dulzura forzada, ese modo de disfrazar su egoísmo con buena educación… da más miedo que cualquier cuchillo. Es como si se escondiera detrás de una máscara de inocencia, mientras manipula a todos para que todo gire en torno a ella.
En cambio, el Jardinero y su mamá son crudos, sí, pero honestos con su oscuridad. No fingen ser otra cosa. Me da la sensación de que, aunque matan, lo hacen casi con ternura. Como si cuidaran más al muerto que los vivos a sus propios vivos.
Es como si el amor que sienten—torcido, sí, pero profundo—fuera más real que todo lo demás. Incluso cuando matan, lo hacen con una especie de compasión rara, como si entendieran el dolor del otro hasta el punto de liberarlo… aunque esa “liberación” sea la muerte.
La profesora… qué cosa, ¿no? Toda sonrisa, toda moral, pero incapaz de ver más allá de su propio deseo.
Identificarse con ellos es como reconocer las sombras propias, esas partes que duelen, que uno guarda muy hondo y que a veces se manifiestan como ternura desbordada o como rabia contenida..
Tal vez por eso veo El Jardinero tantas veces. No por la historia, sino por la herida. Porque me ayuda a ponerle forma, rostro, palabras… a algo que viviste. Algo que aún vive adentro.
Violeta ya había cruzado esa línea antes. La escena en el puente es aún más reveladora, porque es casi como un ensayo para lo que vendrá después. El chico en el puente no representa solo una amenaza, sino también una prueba de lo que ella es capaz de hacer cuando ya no puede ignorar lo que su mundo necesita.
Lo que me impresiona es cómo ella se enfrenta a esa dualidad: esa mezcla de fragilidad y dureza que la acompaña. Como si, al matar al chico en el puente, también estuviera matando algo en ella misma, abriéndose a un destino que no la perdona.
Y luego, con Orson… ya no hay vuelta atrás. Ya no se puede esconder. Quizá eso es lo que más me llega de su personaje: esa transición, de quien teme lo que tiene que hacer, a quien lo hace sin dudar, pero con el peso de saber que ya no es la misma.
A veces amar a alguien puede ser tan complicado, tan lleno de sombras, que te deja con la sensación de que, al final, no eras la misma antes ni después de esa relación. Y al igual que en El Jardinero, puede haber momentos de sacrificio, de tener que hacer cosas que, en el fondo, sabes que te cambiarán para siempre.
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