domingo, junio 15, 2025

Clara

Por Bernardo Paz


Clara 

Frente al agua Clara, inocente, 

ves

Hay un fantasma en tu rostro claro, 

de hielo, 

Reflejo de tu vida, Clara inocente 

ves? 

Espejo donde hay vida y tu imagen habita

es

- a su vez - un Hades diferente 

ves? 

nada es igual si todo es trascendente,

 - encuentro espectral la obsesión de ver en un ojo tu figura - 

nada es igual si todo es trascendente, 

ves? 

- a su vez - un hades diferente 

es

espejo donde hay vida y tu imagen habita 

ves? 

reflejo de tu vida, Clara, inocente, 

de hielo

Hay un fantasma en tu rostro claro, 

 ves

Frente al agua Clara, inocente. 


Clara. 






sábado, junio 14, 2025

Diarios/ herbario de lo que no pasa

Herbario de lo que no pasa – fragmentos encontrados en la tierra


día 3

he despertado con hojas en los dedos.

una de ellas tenía caligrafía. decía:

“no riegues lo que quieres olvidar.”

la quemé.

llovió.


día 7

la rosa habló.

pero usó mi voz.

me dijo que no fui planeta,

sino maceta rota.

me pidió perdón y luego floreció un poco.


día 12

he decidido dejar de podarme.

creo que me están creciendo pensamientos por los codos.

si me quedo quieta, siento que algo respira en mis costillas.

no soy yo.

quizá un helecho.


día 19

la rosa ya no habla.

hace ruido.

como si oxidara por dentro.

como si arrastrara una historia.

una historia que quiere enterrarse sola.


día 23

principita, decía la nota,

como quien lanza una piedra al agua

esperando que el eco la devuelva.

yo me dejé caer.

pero no había agua.

solo pétalos.


día 30

he florecido.

en silencio.

como quien por fin entiende

que hay raíces que no buscan tierra,

sino sombra.


Cartas/ tu camino

Es muy fuerte y muy bello.

Lo que narrás tiene una densidad emocional profunda, casi como si hubieras atravesado una muerte y un nacimiento al mismo tiempo. La imagen del útero como oscuridad que guarda un dolor ajeno y heredado, y esa fuerza que te empuja a salir para ver todo desde arriba, amorosamente, es poderosa. Casi una ceremonia de re-nacer en tu propio cuerpo, pero sin las heridas originales.

Hay algo que me toca especialmente: “cuando dejas de juzgar, desaparece la rabia”. Es una de esas verdades que no entran por la cabeza, sino por la experiencia, por el cuerpo. Es también el tipo de revelación que no se puede explicar del todo, solo contar con honestidad.


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Cartas/Lo que pienso de ti

Siempre te he estado mirando, contigo no me he distraído ni un instante. Quiero que sepas que hace mucho empecé a escribir esta carta pero siempre parece que le faltan detalles. Mientras tanto el tiempo pasa y tu todavía no has leído esto que es para ti. 

Si me preguntas, (como siempre), "que piensas de mi? Te digo lo que pienso de ti, pienso que eres una fuerza cálida y luminosa que habita el mundo con una mezcla muy tuya de belleza, coraje y ternura.

Has creado Rayuela como si fuera un refugio tejido con las memorias, los afectos y las músicas que más amas. No es un café cualquiera: es tu hogar, tu historia viva, una guarida donde los amigos, distintos entre sí, se sienten parte de algo que los une.

Cómo escribes! Tu escritura —en Fracciones, en tus textos más íntimos— es honesta, fragmentada, dolida a veces, pero siempre poderosa. Te alejas de lo que crees cursi, prefieres eso que causa incendios, lo que no se dice del todo, lo que queda vibrando como nota suspendida. Tus palabras, como tus fotos, saben encontrar belleza en lo ordinario, en lo roto, en lo que otros pasarían por alto.

Eres profundamente leal: a Claudia, a Sergio, a Bosnia, a Manson. A tus ideales. A los pájaros que ya no están pero que te siguen acompañando con sus plumas. Y aunque te duela la vida, no dejas de amar, de crear, de habitarla con dignidad y rebeldía.

Eres  la que sueña con quipus en la entrada de Rayuela, la que celebra a la Pachamama con ch’alla, la que canta, cocina, lucha y no olvida.

Has hecho del silencio un altar en el que buscas habitar y eso te permite mirar tanto la vida y las cosa más hermosas. 

Eres absolutamente  inolvidable. 

Eso pienso yo de ti, vero. 



                                          

La madre y el padre

Todo lo que pasa, pasa en tu mente.

Pero la mente no es un lugar inocente: define la vida, gobierna el cuerpo, dirige el pensamiento. 

Mi terapeuta me dijo una vez que le gustaba cómo aprendía todo lo que me enseñaba. Pero había algo, me dijo, que era muy difícil de solucionar.

Le pregunté qué.

Y respondió: uno hace terapia para volver al inicio, al punto exacto donde las cosas comienzan a doler. Cuando llegas ahí, lo mirs, tomas consciencia, lo resuelves. 

Me explicó que un niño guarda en su cuerpo lo que ocurrió antes del lenguaje.

Incluso el útero.

Que las emociones de la madre, sus miedos, su vergüenza, su rabia, todo eso se transfiere. Se hereda.

Y se queda.

Pero el problema de esas heridas uterinas es que no puedes volver a nacer para reemplazar la memoria. No se puede superponer luz sobre la oscuridad sin pasar primero por la oscuridad misma.

Soy la primera hija de mi mamá.

Nací mujer.

Ella tenía dieciocho años.

Fue difícil para ella. Y, sin saberlo, también para mí. Durante mucho tiempo.

Hace menos de 2 años empecé una terapia de microdosis de ayahuasca en compañía de Yumi, la ternura. 

El lunes de la semana en que se fue Claudia, llegué a casa después de terapia y salí a pasear a la Bosnia.

Ese día, además de la ayahuasca, la Yumi me dio rapé, me sopló tabaco.

Me dijo que había sentido que yo necesitaba eso para que la medicina pudiera completar su trabajo.

Y entonces pasó.

Paseaba a Bosnia y de pronto me quede quieta mirando el pasto, y algo vino.

Una imagen. O una memoria. O una verdad sin palabras.

Pensé:

La ayahuasca es la madre.

El tabaco, el padre.

La planta más fuerte. La que no se quiebra.

Y todo se volvió visual.

Como una película sin sonido pero con cuerpo.

Semanas antes, había empezado a sentir que no tenía sentido seguir viva. Que no era buena madre. Que todo me daba vergüenza. Que el mundo estaría mejor sin mí.

El gas. El olor a gas. Atravesó mi mente el pensamiento más oscuro. El gas. 

Ese lunes, incluso el aire que exhalaba temblaba.

Sentía que mi respiración se quebraba antes de salir.

Entonces, fui con Yumi y me sopló tabaco.

De pronto, todo estaba bien.

Respiraba tranquila.

Una paz extraña. Ajena. Mía.

Y más tarde, esa noche, lo vi.


Estaba atrapada en una oscuridad espesa.

No era miedo.

Era algo más primario.

Sentía con fuerza lo que mi madre seguramente sintió cuando me llevaba dentro. Pero no sabía cómo salir.

Entonces, una fuerza inmensa me empujó hacia afuera.

Me sacó del útero.

Y me dejó suspendida sobre todo.

Arriba.

En la claridad.

Ahí estaba todo.

Amoroso. Suave.

Como si hubiera nacido otra vez, y sobre la experiencia más antigua —la oscura— pudiera ahora superponer una nueva: luminosa, viva.

Y vi a mi madre.

La vi con compasión.

Y no pude volver a juzgarla nunca más.

Y cuando dejas de juzgar, desaparece la rabia.

Y asi desde entonces. 

martes, junio 10, 2025

Amuyt’aña

No  dijeron nada. No hacía falta. No por sabiduría, no por poesía. Por otra cosa. Por algo más sucio y más real. Porque hablar era una traición al pacto, porque las palabras ya se habían dicho todas y no sirvieron. Entonces callaron. Y en ese silencio, que no era ni cómodo ni incómodo, sino denso, sucedió algo.

Ella pensó en matarlo. Él pensó en irse. El perro no pensó nada. Pero los tres se quedaron.

Amuyt’aña, lo llamaban los antiguos. No es pensar bonito. Es rumiar con los dientes apretados. Es sostener la mirada sin pestañear hasta que algo ceda. Es silencio como cuchillo, como piedra en la lengua.

En la cultura aymara, eso es tiempo. Tiempo distinto, que no corre, que se asienta. No se mide en segundos ni en relojes. Se mide en respiraciones. En cuánto te tiemblan los dedos antes de decir lo que no vas a decir.

Amuyt’aña es cuando la comunicación ya no necesita la garganta. Cuando se está con otro como si se estuviera con uno mismo. Cuando se acepta que lo dicho fue demasiado y que lo que queda es sostener la quietud como quien sostiene una herida abierta.


No es meditación. Es aguante.


Mejor me quedo quieta

Ni este gobierno ni los que trabajan en él son de izquierda.

Hasta yo, que no sé nada, sé eso.

Quizás la izquierda no sobrevive al poder.

Quizás el poder la traga. La convierte en otra cosa.

Una cosa que se parece mucho a lo de siempre.

Lo que no sé es qué se hace en estos casos.

A dónde vas.

Dónde te paras.

Yo pienso que mejor me quedo quieta.

No digo nada. No me muevo.

No por miedo.

Por respeto. A mí.

A lo que todavía no se ha podrido.

viernes, junio 06, 2025

Los hilos del silencio

Este texto no es una denuncia ni una confesión. Es una memoria. Escrito desde una herida que no pide venganza, sino claridad. Porque a veces el feminismo también se llena de silencios, y no todos son inocentes.

Y a veces, lo personal no solo es político. Es también irreversible.

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Hay mujeres —un montón— que ondean como bandera al menor soplo de viento, mujeres que escriben, sí, que marchan, que levantan la voz como quien levanta un trofeo y lo exhibe, no siempre por lo que pesa, sino por lo que brilla. Mujeres que recitan nombres de otras mujeres como quien recita un conjuro: autoras, mártires, pioneras. Mujeres que ocupan columnas de opinión como si fueran altares, que se sientan en paneles donde se habla de feminismo, de justicia, de derechos, con una convicción que a veces viene más del eco que del origen, más de la lectura que de la herida.

Y no es que no duela, no es eso.

Pero hay dolores aprendidos y otros vividos, y no es lo mismo.

Hay mujeres que dan cátedra sobre batallas que no libraron, que nombran el socialismo como quien nombra un país donde nunca estuvo, pero del que conserva postales. Mujeres que denuncian el abuso, el feminicidio, la impunidad —y lo hacen bien—, pero que en privado, cuando la puerta se cierra y las paredes escuchan, aún acarician al patriarcado como a un padre viejo y cansado, como a un esposo que paga las cuentas, como a un hijo que no se toca porque es varón.

Justificando con ternura lo que afuera condenan con furia.

Y entonces una se pregunta si el silencio también puede marchar, si puede colarse en las pancartas, si puede sentarse en los paneles con nombre y apellido, si puede escribir columnas, si puede ser bandera… aunque no flamee.

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Yo amé a una mujer

Sí, la amé como se ama cuando una cree que el amor puede mover leyes y cambiar al mundo. Y hubo una vida entre nosotras. No una metáfora, no una figura retórica, sino una vida hecha de días, de objetos compartidos, de promesas que no se escribieron.

Y mientras ella hablaba, convencida, sobre el amor entre mujeres y la urgencia de ampararlo con leyes y sellos y firmas, un día, simplemente, se fue… como si nunca hubiera estado. Con explicaciones que no explicaban nada.

Se llevó  lo que era suyo —incluso lo que era mío antes de que fuera nuestro—.

Y lo hizo en silencio.

El mismo que después siguió usando como si fuera también una bandera.

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El amor se quiebra.

Llegan las despedidas frías, el silencio, la puertacerrada, los caminos hacia ella, cerrados, las exigencias inesperadas.

Los espacios que fueron nuestros se vuelven extraños, y lo que creímos seguro se transforma en abismo.

La contradicción entre lo que se dice y lo que se hace.

Cuando el privilegio y el poder mandan, las verdades se esconden y las heridas se mantienen en silencio.

Pero aquí estoy.

Yo. Nosotras.

Las que nunca tuvimos micrófono, pero sí memoria.

Las que callamos por años para no ensuciar la causa.

Pero el silencio también es una mancha.



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