Es domingo, el día asilo, el día estacion, el día puerto, el día muelle, el día playa, el día ensenada.
Empecé a conducir y decidí fumar un porro. El día abrigo. Un porro de día, con la luz del sol en mi cara, el sol qué me juzga y que los deja mirarme. El día abrazo. Un espacio bajo la sombra de un gran árbol. Mi mesa verde, la buganvilia, mi taza de café. El día amparo.
No han llegado aún los que me acompañan, puedo fumar, un cigarro detrás de otro, sin culpa por el humo que inevitablemente exhalo. El día refugio. Termino mi cajetilla y me da vergüenza conmigo abrir otra, pero recuerdo. El día memoria. Recuerdo que soy experta en sobrepasar la vergüenza y hacer lo que quiero. Espero un poco, mi cigarro todavía no se ha terminado, tampoco mi café, ni han llegado los que me acompañan. El día tregua. Mejor me apuro, fumo rápido, una billa profunda, antes de que lleguen, sobrepaso la vergüenza, abro la otra cajetilla, pido otro café. El día respiro.
Eso si, en la misma taza. El día parada.
El día pausa.
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