miércoles, julio 16, 2025

Un domingo sin tristezas

 A veces pienso en Clarita y se me corta el aire, mis ojos se llenan inmediatamente de lágrimas. Siento por unos segundos una desesperación genuina, atroz, devastadora.

Un gato.
Una gata, más bien.
Mi gata.
Vuelvo a la imagen de su carita. El caos en mi cabeza, en mi pecho, mi sangre va más rápido, como ese río de furia.
Despierto temprano, llevo a Bosnia a su guardería snob, sólo porque le debo a Clarita mi máximo esfuerzo. Llego temprano, porque debo encontrar parqueo. Si no encuentro, tengo que acudir a mi vecina Mayte y no quiero, juro, no quiero.
Me quedo sentada un rato, pensando en que estoy harta. Que piense en mis hijos. Bueno, pienso, pero, lo siento, tampoco pienso tanto. Pienso en mi, en los años de terapia que he necesitado para poder permanecer viva. Para qué, por qué, yo ya he visto toda la maravilla, he dado vida, he cuidado, he amado con todo lo que he tenido. Y no quiero enfermarme y morirme sufriendo, no quiero. Quiero dormir y rogarle al universo que mientras me voy, este soñando bonito.

No entiendo cómo puede ser tan doloroso vivir.

Aunque  quiera vivir bonito, sentir bonito, aunque quiera lo mas bonito de la vida, aunque vaya por los caminos menos poblados, aunque camine bajo el sol, aunque sea lo más generosa posible, lo más amable posible.

Es tan difícil que pierde el sentido.



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