Le escribí.
Después del miedo,
después de Clarita,
después de no saber a quién más.
Y ella respondió.
Como si no hubiera pasado el tiempo.
Llegó la noche y el silencio en la casa que guardaba aún el olor de la muerte que acababa de golpearnos el alma.
Volví a escribirle.
Le conté que había elegido a Clarita porque ella era morena, como yo.
Se rió.
Recordó el momento.
Recordó mi cara.
Y después dijo:
“Vero…
Debo decirte algo.”
(Temblé un poco)
Y entonces:
“No sos morena.”
Nos reímos.
También nos reímos
porque durante años
pensé que ella era más alta,
solo porque ella lo dijo.
Como si nada.
Como si todo.
Nos mandamos besos.
Abrazos.
Palabras de fuerza, de consuelo.
Nos despedimos.
Y por un momento,
volvió a ser casa.
Ella habita la luz que no se apaga, mi amor eterno.
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