La imagen se repite como una maldición.
Se cuela en los huecos del día,
en el borde de mis ojos,
en el ruido de las llaves al entrar.
Todo pasó en segundos.
Quiero un minuto.
Un minuto, por favor.
Para gritar.
Para correr.
Para cambiar el final.
No tardé.
Igual me culpo.
La mente es cruel.
Me hace pensar
que un segundo más veloz
hubiera bastado.
Quiero llegar a casa y no encontrar este silencio.
No ver la tristeza en los ojos de Bosnia.
No sentir este aire quieto
donde ya no hay nadie.
Quiero oír sus maullidos.
Esa forma de pedir como si el mundo entero le debiera algo.
Abro la puerta.
El mundo ya no suena
como cuando ella estaba.
Prefiero el misterio de la muerte
a estos días en los que empiezo a comprender que no vas a volver,
que la vida no me dará ese minuto,
que la imagen no dejará de atormentarme.
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