No la he elegido yo.
Siempre le he tenido miedo.
Papá, la virgen que está en la pared me pega. Tengo miedo, me jala mi pelo.
Es casi eléctrica. Un fulgor que no pide permiso. Una energía con la que nací,
como nacen los relámpagos: quebrando el cielo.
Aprendí a hablar rápido para poder decirle a mi papá.
No me puedo deshacer de ella.
Me habita. Me arrastra. Me exhibe.
La gente cree que soy yo la que entra a los lugares,
pero no.
Es ella.
Yo vengo después, recogiendo los restos.
Me mira la gente como si supiera algo que yo ignoro.
Como si esperaran que arda.
Ojalá ardiera
A veces quemo lo que amo sin querer.
No sé contener este resplandor oscuro que me desborda.
No es fuerza.
Es tormenta.
Late en mí como un tambor viejo, como un dios que exige sacrificios.
La he querido callar.
Me he llenado de silencios para sofocarla.
Pero vuelve. Siempre vuelve.
Respira en mi nuca. Me susurra cosas que no entiendo.
Yo quise ser como los demás, los que no brillan, los que tienen la cantidad justa de todo
una que no tiemble,
una que no brille en la oscuridad,
Una que no llame a la muerte.
Ella duerme conmigo.
Me sueña.
Yo apenas resisto.
No quiero ser esa luz. No quiero brillar en ninguna oscuridad, quiero mimetizarme, ser parte del asfalto. Quiero ser yo esa sangre que corre y se lleva la vida. Quiero ser ese último respiro, ese que se va y nunca más vuelve
No quiero ser yo.
No hay redención en este brillo.
La vida es un diseño terrible tras otro.