Los días,
cientos de días,
han ido pasando en una clara batalla,
pero han ido pasando.
Mi amor en este infierno junto a ti se irá.
Puedo atravesar semanas enteras sin escuchar su voz, aunque la pienso absolutamente todos los días.
(sigo durmiendo en la mitad de nuestra cama)
igual que una condena,
igual que un ancla.
La memoria silenciosa vuelve con la fuerza de un relámpago:
Mi cuerpo la siente cerca, y soy yo hace diez años: completamente encantada, absolutamente enamorada.
Y no, no de esa manera. Esto pasa por encima de lo que existe, no cabe en la carne ni en los gestos, un amor que persiste cuando todo lo demás se ha roto.
Cuando ya no existe el dónde.
Que quede aquí escrito: no es que quiera volver con ella —aunque, si fuera honesta, probablemente lo haría—. No es que llore cada vez que la pienso; ya he llorado todo. Es que así resulta que había sido mi amor.
Su abrazo va dejando de ser un abismo y vuelve a ser el lugar más seguro.
La siento respirar, once meses después, y mi cuerpo comprende que todavía respiramos al mismo ritmo.
Tun tun,
tun tun.
Igualito que ese día, igualito que el resto de nuestros días.
Pero este amor ya no es suyo. Late en mi sangre, pero ya no le pertenece a ella. Me pertenece solamente a mí.
Es de mis ojos esa belleza,
es de mis oídos esa dulzura,
es de mi cuerpo ese temblor que solo pasa en el amor.
Ese que cuando se extingue, queda un silencio tan profundo que no sé si estoy viva o si el mundo ha terminado.
Tal vez prefieras irte o no valdrá el fin.
Mis manos se adormecen , no podre seguir.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario