Un día (que era de dia) supe que yo era también todas ellas y todos ellos, lo supe con un frasco de repelente y uno de crema, no lo olvido nunca.
Después otro día (también de día), supe qué cosas eran de ellos y qué cosas eran mías, las mías aprendo a controlarlas cada dia, las de ellos, las he tenido que alejar de mi.
Pero saber que la rabia no era mia, no era suficiente, yo seguía cayendo como una boba en todas las situaciones difíciles dándole lugar a esa rabia que no era mía, inmediatamente después, el abismo de la angustia.
Otro día (pasadito el medio de día), algo rompió de golpe mi rutina (alguien que no debía romperla, o capaz si), quise tomarlo con calma, intenté con todas mis fuerzas, con toda mi cabeza y con todo mi cuerpo, pero de pronto caí en un agujero de angustia, oscuro y frio, sentí la caída con todo mi cuerpo, con todas mis sensaciones, con absolutamente todo lo que soy. Dejé de escuchar todas las voces, los autos, las licuadoras y las tazas qué se golpean entre sí cada vez que la maquina de cafe se llena de agua.
Sentí la caída.
Me estaba hundiendo en la angustia que me generaba esa rabia que yo no quería sentir, pero que sentía.
Hasta que un día que era de noche, lo dijo ella: esa rabia no es tuya, no caigas con ella, imaginate la mano de tu madre ofreciéndote un paseo por el bosque más oscuro.
Entonces entendí todo.
De vez en cuando, todavía caigo en abismos, pero soy perfectamente capaz de recuperar mi alma todas las veces.
Lo supe y todo cambió.
La cosa siempre es darse cuenta.
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