Hoy pensé en ti.
Viniste a mi mientras subía al aeropuerto, como si hubieras estado ahí, cerca de mi, como están nuestras ansestras, siempre cerca.
Ella manejaba y no hizo lo que le dije, no se fue al carril que le dije y sentí rabia, pero antes de darle espacio a esa rabia, pensé en mi mamá ofreciéndome su mano para llevarme a un bosque oscuro, vi su mano (la sé de memoria), sentí miedo pero no caí en ningún abismo.
La rabia siempre es un abismo.
Me saqué de ahí yo misma, pero con tus palabras, gracias a tus palabras.
Cambié mis pensamientos y pude sostener mi alma, pude recuperarla y traerla conmigo, pude explicarle y la rabia desapareció.
Gracias a ti.
Pero el viaje apenas empezaba. Venía lo difícil, ver a mi mamá.
El vértice.
El dibujo del vértice, el campo de protección en mis manos. Porque para que las cosas existan, es preciso nombrarlas, hacer que existan, imaginarlas, dibujarlas, darles la posibilidad de existir.
La vi.
Estaba justo detrás de mi, me di la vuelta y la salude con mi mano y me ignoró, pero yo soy la más insistente, mi mirada presionó hasta qué logre el saludo de vuelta, un saludo rabioso, eso si, pero yo estaba protegida.
El vértice dibujado en mis dos manos, el vértice tatuado en mis dos manos, un campo magnético protegiendome, alejando todo lo malo, sentí lo que no había logrado sentir nunca, estaba protegida y no dependía de nadie, solo de mi.
Todo estaba en mis manos.
Todo está en mis manos.
Gracias a ti.
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