lunes, octubre 06, 2008

six feet under

Lo que no quiero es que llegue ese día, que al final siempre termina por llegar, en que no me quede otra que aferrarme al control de la tele mientras el satisface sus urgencias de género fuerte y yo cumplo con las letras chiquitas del contrato que firmé sin leer como consecuencia de la fe absoluta que le tenía al que firmaba ese papel conmigo, no quiero que llegue la ducha de emergencia para limpiar mi cuerpo de él.
No quiero volver a esos días en los que el sonido de la puerta se fue transformando de "esperado" a "miedo" por un mal día en el trabajo de 14 horas innecesarias.
No podría volver a planchar camisas buscando eliminar cualquier marca que retrase su partida a las siete en punto de la mañana.
No quiero nada que me detenga un dia al frente del espejo y que solo vea que han pasado los años y que más que instantes memorables, lo que tengo son canas y frustraciones irreversibles. No quiero volver a esa habitación matrimonial con la certeza de que se me esta pasando la vida siendo lo que no puedo ni quiero ser...
Pero lo cierto es que la soledad ha logrado niveles asombrosos en mi vida estos dos últimos años, sobretodo cuando mis chicos duermen y todo lo que tengo para romper el silencio es el casi imperceptible sonido del humo cuando sale de mi y el sonido de mi décima taza de café sobre la mesa.
Las flores de la casa se ven bien, el jardín va tomando de a poco el color verde que le corresponde a los jardines adultos, el árbol de granada se ve despeinado pero elegante, mi Lucas ya no tiene el tamaño de un cachorro, pero verlo dormir en la cama de mi Cósimo ausente lo convierte en un perrito bebe. Mi queridísima Sasha se ve preciosa con esa pañoleta verde en el cuello durmiendo debajo del jazmín que dejó mi mamá... mi Mati, el chico más dulce de todos aunque duerma con un pijama de hulk abrazado del spider de trapo que le dejó papa noel, y mi Fer... me detengo en la puerta de su espacio a mirarla y a comprender que está dejando de ser mía demasiado rápido, duerme con la radio encendida llevando a sus idolos musicales hasta sus sueños y entonces termino el recorrido nocturno de mis más grandes amores y yo ahí, dando vueltas entre las paredes de este palacio de colores que diseñó él.
Las sábanas impecablemente blancas, todo a media luz, ni un gramo de polvo en ninguna parte y el agobiante tic tac del reloj que me advierte que me quedan solo un par de horas antes de despertar otra vez... pero dormir no es una opción, tengo atravesada en la garganta una conversación adulta que ignore las nuevas pistas de Hotwheels y la cartera de Jack. Y la suma de esas no-conversaciones y las permanentes ausencias de cafés se van acumulando noche tras noche y de pronto todo este paraíso de flores y colores se rompe con la fuerza de un vidrio gigante, todo sobre mi, y esta inmensa soledad se mezcla con los fragmentos de cristal y cortan hasta mis ganas de respirar... y luego el agotamiento extremo de esta destrucción diaria me obliga a cerrar los ojos y a sumergir mi cabeza en la almohada buscando dormir a toda velocidad, y pocos minutos después de iniciar un viaje al centro de mi mente, el despertador me dice que abra los ojos porque empieza una versión más de esto que es mi vida.
Es verdad, yo ya no plancho más camisas, no le temo al sonido de la puerta, no necesito sumergirme en las historias de los libros que me acompañan ni en los lienzos vomitados de óleos y de sensaciones... pero debo confesarle a las hojas que rodean este árbol que no se si esto es mejor...